Por: Clara García Sáenz
Ahora que nadie está
La lluvia de la tarde me recordó que hace un año caminábamos por las calles de Santiago de Compostela, tratando de no mojarnos; habíamos comprado en la entrada de la ciudad santuario unos abrigos de plástico en cinco euros para protegernos de la lluvia, que por momentos, hacía que nos paráramos en cualquier portal y mientras amainaba, nosotros aprovechábamos para admirar las fachadas, los decorados de las puertas, los aparadores de las tiendas llenas de suvenires para el turismo.
También la lluvia me recordó Mérida, cuando en un julio como éste, llegó Emily, un ciclón de categoría 4 que obligó a las autoridades a evacuar Cancún y traerse a muchos turistas para la capital yucateca. Nos pusieron en estado de emergencia en el hotel y nos racionaron la comida. No se nos permitió salir y por televisión apreciamos la cultura de protección civil que tenían en la península, quitaron todos los semáforos de la ciudad y evacuaron con cientos de camiones las comunidades cercanas a la costa.
Recuerdo que en julio también quedamos varados en Texas cuando llegó Dolly, ese huracán que pegó en Galveston, estuvimos sin agua y luz en medio de una gran inundación de campos agrícolas donde los marines hacían una gran labor para rescatar a gente que quedó incomunicada. Entonces pude comparar los sistemas de emergencia en huracanes entre Texas y Yucatán, mientras que los texanos trataban de solucionar después de la tormenta, los yucatecos aplicaban planes de prevención que resultaron efectivos al paso del huracán.
Pero julio también me recordó París y el Sena, Roma y el Trastévere, Villahermosa y el Grijalva, Reynosa y el Bravo, El Naranjo y el Salto del agua, Tampico y el Pánuco. Barcelona y su Mediterráneo, Lisboa y su Atlántico, Mazatlán y su Pacífico, Madero y su Golfo de México. Con el calor me acuerdo de Sevilla, Nápoles, Toledo, Mc Allen, Ciudad Valles, Campeche, el Mante, Torreón.
He recordado las multitudes en los aeropuertos, las interminables filas en los museos, las aglomeraciones en los restaurantes, playas, bares, ciudades históricas; el barullo interminable de las grandes avenidas, los turistas bajando y subiendo del autocar, la inagotable salida y entrada de los huéspedes en los hoteles, los ríos de gente en cualquier parte, las ramblas en Barcelona, la Torre Eiffel, la fuente de Trevi con miles de ojos que las observan las 24 horas.
Y ahora que nadie está, que nadie vio y que nadie fue, viene a mi memoria una marquesita con queso en la plaza de Mérida, unas palomitas de Target en McAllen, unos bísquets del Selecto en Tampico, unos tacos de ternera del Rey en Reynosa, un espagueti al pomodoro en Roma, una paella en la playa de la Malvarrosa en Valencia, un strudel en Bratislava, un chocolate con cruasán en París, un pastelillo de Belén en Lisboa, una cerveza Cruzcampo en Granada. Vale la pena cerrar un momento los ojos y saborear por un instante el dulce recuerdo de lo que significa viajar.
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