Clara García Sáenz
La mayoría de ellas son mujeres de mi edad, alegres, educadas e hiperactivas, las he ido conociendo a lo largo de los años y ahora, cuando la vida comunitaria empieza a reactivarse nos reencontramos en la capilla para planear la fiesta de San Marcos, santo patrón de la colonia. Les dije que yo nunca había organizado una fiesta de ese tipo y que además no contábamos con dinero para financiarla. Se rieron de mí y me dijeron que eso era lo de menos, que ya veríamos de donde saldría.
Durante ocho días recorrimos la colonia cargando el santo y rezando en diversas casas, la gente que nos recibía nos preguntaba que hacía falta, nos daba dinero o insumos, algunas otras se comprometieron a cooperar con el pollo o la carne. Tere, Rosario, Blanca, Fabiola, Fanny, Andrea, Kenia, Amparo, Carmelita, Mague, Isabel y Doña Francisca se encargaron de preparar la comida, mole, salsa verde y pollo con verduras con su respectivo arroz, de adornar el cuadro del santo, el altar donde lo pondríamos, de atender la organización de la ceremonia en el templo, apoyaron en la limpieza y logística de la fiesta. Durante esos días también conocí a Claudia Ruíz una gestora nata que activamente se la pasa pendiente de las necesidades de la colonia y aunque hubo otras muchas mujeres que en el anonimato ayudaron, ellas fueron las protagonistas.
El día que fue la fiesta del Santo llovió a cántaros y mientras yo vivía momentos de angustia pensando cómo se serviría la comida que habían preparado para el festejo, ellas ya se habían organizado. Finalmente le dieron de comer a más de 100 personas y todavía quedó algo de guisos, doña Adelita y Josefina habían preparado varios vitroleros de aguas de frutas que repartieron y hasta repitieron casi todos los asistentes. Ya finalizada la fiesta, me senté junto a ellas para comerme un taco, apenas había dado el primer bocado cuando una de ellas dijo: “Maestra, ya viene el mes de María y tenemos que organizar el rosario todo el mes, también nos falta el día de la Santa Cruz y el día del niño”; no sé qué cara puse, porque soltaron la carcajada cuando les dije “pero apenas vamos saliendo de esta”. Entre risas me contestaron “Pues vamos a seguirle al cabo ya vio que si se pudo”.
La mayor parte de ellas, mujeres de mi generación, madres de familia, que se han abierto camino trabajando duramente, me han ensañado a lo largo de nuestra convivencia a no tenerle miedo al destino y es un halago que me acepten como su compañera y colaboradora de la capilla de San Marcos, lejos de la hoguera de las vanidades de los títulos universitarios; de ellas aprendo en cada charla el sentido común de la vida, la forma práctica de resolver problemas, la alegría permanente de la rutina, la sencillez de las cosas, la confianza en que mañana Dios dirá. Me siento orgullosa de tener estas amigas, que luchan diariamente por llevar el pan a la mesa, que no se acobardan con los problemas, que no se quejan, que le plantan cara a su destino, que son valientes, que siempre ríen, comparten y contagian su alegría. Mujeres que no rayan paredes, prefieren pintar la vida.
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