Por: Zaira Rosas
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¿En qué país vive el presidente? Era una de las preguntas constantes cada que Enrique Peña Nieto salía a dar algún discurso, hoy con Andrés Manuel López Obrador como el principal dirigente la pregunta persiste. Mucho se habla desde altas esferas de lo que se debería hacer, todos parecen tener una perspectiva clara de cómo debe actuar el gobierno, pero pocos son los involucrados en cada una de sus propuestas. Esto solo deja en claro algo evidente desde tiempos atrás, según la óptica de cada una de las clases sociales, México es muy distinto.
Jorge Zepeda Patterson escribía para “El País” que la realidad de México cambia en distintas esferas, sin duda las redes sociales e intelectuales tienen un gran descontento, pero también hablaba de cómo la aprobación de AMLO sigue por encima del 50%, ¿por qué?, porque al presidente lo eligió la mayoría de nuestro país, una mayoría llena de carencias, con la necesidad de ser vistos, reconocidos, y en eso, nuestro actual presidente es un especialista.
Hablar de cómo protegerse con estampitas en televisión nacional claramente no es un discurso para quienes pueden costear hospitales privados, decir que México va muy bien son palabras de esperanza que no calman a ningún analista, pero que sí devuelven la confianza a los mexicanos que tampoco entienden cómo se puede realizar el contagio por COVID-19, que desgraciadamente representan a la mayoría.
La mayoría de mexicanos hace un gran sacrificio para poder quedarse en casa, es de dominio público que después de la crisis sanitaria habrá que enfrentar la situación económica, vivimos tiempos de miedo e histeria colectiva, que en parte tienen su origen en la incertidumbre y desinformación. Si en medio de este sentimiento sumamos los constantes debates políticos, las notas falsas que buscan incrementar caos y pánico, la crisis es inminente, por el contrario, si todos los que nos consideramos expertos en distintas temáticas dejamos de replicar los ataques, nos concentramos en los aportes individuales, sin duda el entorno será otro.
Aunque existan figuras públicas hablando de cómo el coronavirus nos demostró que todos somos vulnerables, la realidad es que sí hay personas más frágiles que otras. Pero en este momento es el turno de centrarnos en cómo disminuir esa fragilidad. Si los planes y propuestas del gobierno nos parecen insuficientes, ¿por qué hemos de esperar que ellos sean los responsables de todo? Esos que han sido críticos constantes del gobierno, que señalan cómo ha de obrarse en cada una de las situaciones podrían poner en marcha de manera individual cada una de sus propuestas.
El mismo Ricardo Anaya lo decía a través de un video, este debe ser un momento de unión. Así que comencemos por ese principio, ¿Qué podemos hacer sin importar la condición social en la que nos encontremos? Comencemos por la información, dejemos de replicar videos absurdos o teorías de conspiración que solo generan pánico y mayor desinformación. Compartamos medidas básicas de cuidado con las personas a nuestro alrededor. Aquellos en posibilidad de hacerlo tenemos la responsabilidad de consumir productos locales, así aminoramos el impacto de las pequeñas empresas y facilitamos que más personas puedan conservar su trabajo.
Procuremos fomentar la empatía, prestar mayor atención a la educación y a manera de consejo personal para todos aquellos que están viviendo con responsabilidad el encierro, limiten su consumo diario de noticias, enfoquen su energía en el conocimiento personal, aprendan algo nuevo, busquen planes de desarrollo colectivo. Consuman alimentos nutritivos y presten mayor atención a las emociones. Y si en el descubrimiento personal de repente quieren pausar todo y no hacer nada, también está bien.
Sin duda no podemos erradicar de la noche a la mañana los males que nos aquejan desde años atrás, pero sí podremos evitar que el impacto negativo se incremente innecesariamente.