Por: Zaira Rosas
“Avísame cuando llegues”, es la frase más común a una mujer, ese mensaje que dice que llegó, que está bien es la calma para múltiples personas, pero cuando no llega puede paralizar a cualquiera que le estime. Desafortunadamente en el país al menos 10 mujeres al día son asesinadas simplemente por su género. En esta estadística no entran las muertes de causa natural, ni los accidentes. Me refiero a únicamente a que por existir como mujeres puede ser causa de muerte.
Si pensamos en cómo disminuir esta estadística, podríamos imaginar medidas de cuidado como no estar solas en espacios que podrían considerarse inseguros, o a altas horas. Pero siendo realistas estos peligros sólo aplican para las mujeres, a un hombre difícilmente se le dan esas recomendaciones y por si fuera poco gran parte del peligro para las mujeres se encuentra más cerca de lo que podríamos imaginar.
La mayoría de feminicidios y crímenes sexuales son cometidos por personas cercanas a la víctima, por parejas sentimentales, familiares como tíos, abuelos e incluso los mismos padres. Esta violencia que enfrentamos día con día es producto de un aprendizaje, no surge de la naturaleza humana, no es genética ni instintiva. Es meramente cultural, donde la necesidad de poder y demostrar hombría en medio de un sistema patriarcal, ha dañado profundamente la concepción que tenemos de amor, cuidado y respeto.
Alicia Esmeralda se suma a la lista de mujeres que desearíamos no tener que nombrar, por quienes exigimos justicia, pero sobre todo por quien nuevamente urge analizar un entorno donde la persona que un día dice amarte también se vuelve el responsable de tu muerte. Desgraciadamente, este caso es más común de lo que parece. ¿Cómo terminamos bajo estas circunstancias?
El entorno es responsable de estos casos, donde la violencia aparece disfrazada en pequeñas dosis, pero rara vez se le reconoce porque el discurso con el que nos hemos desarrollado es el del amor romántico, donde perder la identidad propia por amor es algo tan normal como ceder aún en contra de tu voluntad a cambio de la felicidad de alguien más.
En medio de estos escenarios no resulta difícil imaginar que cuando las circunstancias cambian, cuando hay una negativa, alguien más quiera ejercer el control para recuperar el poder que durante siglos se les ha otorgado. El feminicidio es sólo la punta del iceberg, cuyas bases estriban en ideologías donde prevalece la desigualdad, la necesidad de control y el manejo de poder.
El feminicida rara vez busca ser un asesino, el fondo de sus acciones está en una necesidad de dominio y reconocimiento, que aprendió en el mismo sistema patriarcal bajo el cual hemos crecido durante años y que pese a múltiples esfuerzos se sigue perpetuando en lo político y social. Un feminicida puede ser retratado después del crimen como un monstruo, pero previamente se le identificaba en la sociedad como alguien funcional, preparado e incluso atento.
Las imágenes de víctimas con sus agresores dan cuenta de relaciones amorosas, donde si la víctima tiene la suerte de vivir puede relatar la sorpresa de un cambio abrupto que notan cuando es demasiado tarde. Pocas mujeres tienen la suerte de salir con vida y en esos casos, hablan de lo difícil que es recuperarse porque pese a las circunstancias terminan señaladas como responsables por su apariencia, qué vestían, dónde estaban. ¿Cuándo hacemos estos cuestionamientos hacia otro género? Si un hombre muere violentamente jamás he visto que se cuestione su muerte por su vestimenta, o que los medios hablen de si iba solo.
La muerte violenta de una mujer de manera casi inmediata va ligada a un vínculo sentimental, en tanto que la muerte de un hombre, suele ser a manos de otro hombre. Para que nuestras estadísticas cambien, es urgente deconstruir nuestras ideas, trabajar en nuevas leyes y sobre todo transformar los conceptos más básicos que permean en nuestra cultura. zairosas.22@gmail.com