NUESTRO MÍSTICO SANTUARIO INTERNO
(Enfermado el espíritu, el cuerpo se descompone)
I.- EL ESPÍRITU DE LA MUNDANIDAD
Me duele este impulso mundano que todo lo corrompe,
que es capaz de destruir rosas del baúl de la memoria,
en lugar de plantar sueños que hagan crecer huertos,
pues necesitamos fragancias para alimentar el alma
y alentar el cuerpo, con otro modo de ser y saber estar.
No quiero dejarme atrapar por las figuras mundanas,
me afana y desvela el deseo de reencontrar al Padre,
quiero despojarme de este sentimiento de abandono,
volver a ese estado armónico celeste que me cautiva,
con la pertenencia a un manso hogar que nos da vida.
La familia de los hijos de Dios no está huérfana de luz,
sólo hay que seguir la voz de la conciencia y dejarse oír,
sólo hay que acceder a la palabra y hacer su voluntad,
sólo hay que mostrar actitud de camino en la verdad,
en aquello que es lo que es y que no hay más que decir.
II.- TODO TIENE SU HÁLITO CONTEMPLATIVO
Todo lo que vive tiene su aliento en un pulso divino,
asistido en todo momento existencial por el ir y venir,
muchas veces sin hacer pausa para repensar el andar,
y poder optar por guardar y aguardar el buen hacer,
que no ha de ser otro que recordar, discernir y crecer.
El poder del mundo contra el poder de nuestro Creador,
hace espirar toda belleza, arroja un arrojo ruin y cruel,
pues todo lo empapa de dolor y empaña de amargura,
es la rabia que nos martiriza y crucifica al inocente,
que nos tortura para impedir que crezcamos en bondad.
Únicamente el ánimo de nuestro Redentor nos da calma,
es un hálito contemplativo que nos retorna al sosiego,
que nos hace recrearnos y vernos en el corazón santo,
glorificado en el donarse, ennoblecido y sublimado,
ya que el reino de lo conforme vive en nuestro interior.
III.- EL ÁNGEL QUE LOS HUMANOS TENEMOS
En nuestra vida todos tenemos un ángel siempre al lado,
que jamás nos deja vacíos, socorriéndonos eternamente,
levantándonos de las caídas, impidiéndonos tropezar,
él nos custodia y nos trasciende al lugar que el Señor
nos ha dispuesto, porque nadie puede ir por sí mismo.
Escucha su voz y no te rebeles, atiende el llamamiento,
se dócil como esa rosa que baila al ritmo del poniente,
vuélvete benigno y disfruta de la esencia de estar vivo,
contémplate como un caminante en continua búsqueda,
al abrirte camino, cúbrete de ilusión y descúbrete los ojos.
Cuando Dios, desde la eternidad, nos come con la vista,
asienta en nosotros la fortaleza de un intelecto glorioso,
un signo que está ahí para conducirnos y reconducirnos,
para que no nos equivoquemos de ruta y reaparezcamos,
junto a ese verso interminable que es la morada del cielo.
Víctor CORCOBA HERRERO
23 de mayo de 2020