Por: Clara García Sáenz
Cuando se popularizó el libro electrónico, antecedido por el audiolibro, mucha gente decía que el libro impreso iba a desaparecer, lo que nunca sucedió e incluso, estas innovaciones sirvieron para abrir otros mercados. Sin embargo, con la llegada de la Internet, las redes sociales y los buscadores de información virtual, la popularización del smartphone y la información accesible, el asunto empezó a cambiar.
El manejo de la información en nuevos formatos electrónicos cuya disponibilidad para su consulta resultan fáciles, gratuitos y diversos, ha provocado que la inmensa población (que no lee, que nunca ha leído y ni le interesa hacerlo en algún momento de su vida) ir olvidando a los libros impresos; que por muchas circunstancias empiezan a ser vistos como objetos inútiles, obsoletos, estorbosos, anticuados; porque lo práctico, lo innovador, lo importante, lo útil está en el mundo virtual.
Pero el desprecio por el libro impreso es cada día más creciente, incluso en las instituciones públicas; cada día es más frecuente enterarse de la desaparición de bibliotecas enteras que han sido desmanteladas, ya sea en instituciones educativas, gubernamentales o municipales en aras del progreso, del espacio, de la modernidad, del desinterés, de la ignorancia o del desamor a los libros.
La situación es alarmante, por ejemplo: si usted visita cualquier biblioteca municipal en Tamaulipas se asombrará al ver que los libros se encuentran en total deterioro, olvidados, maltratados, los recintos donde se albergan son más parecidos a bodegas de cachivaches que a lugares que despierten el gusto por la lectura.
Durante el tiempo que me dediqué a la promoción de la literatura, era frecuente encontrar personas que me preguntaban en donde podrían donar libros que por alguna razón ya no querían y les buscaban un buen lugar para ser custodiados; entonces dispusimos en la Universidad una sala de lectura que fuimos con los años alimentado con donaciones.
Sin embargo, en el oscuro periodo rectoral mendocino, los administradores de la otrora Dirección de Difusión Cultural desmantelaron la sala y lanzaron prácticamente al basurero el fondo editorial que albergaba más de cinco mil libros de literatura y cultura general que estaban a resguardo en una sala con aire acondicionado y cómodas sillas para que cualquier universitario que lo deseara, pudiera ir a leer en sus horas de descanso.
Cuando me cambié de oficina, seguía recibiendo mensajes de gente que desea donar libros, pero no sabían a donde, entonces con un grupo de amigos nos organizamos para crear una asociación civil pensada en los libros: “Alejandría AC, Rescate y Salvamento de libros”.
Nos planteamos como objetivo, evitar en lo posible que los libros fueran destruidos o tirados a la basura, el fin es rescatar y buscar a quien esté interesado en adoptarlos, convencidos de que merecen una segunda oportunidad de vida.
Pensamos que este proyecto podría seguir un poco el modelo de quienes defienden a los animales y les buscan hogar, así la frase que en muchas ocasiones hemos utilizado cuando nos preguntan que porqué hacemos eso les decimos: “yo no rescato perros ni gatos, rescato libros” un tanto con la intención de hacer sentir que los libros se deben querer y atesorar.
Esta actividad la iniciamos en febrero de este año y hemos contabilizado más de 20 donadores con una cantidad de títulos que superan los 4000 y de los cuales han encontrado hogar casi el 80%, siendo adoptados en su mayoría por jóvenes y escuelas públicas de municipios pequeños del estado.
La importancia del libro impreso radica en que es una memoria que perdura de manera tangible por largo tiempo y que debemos pensar en ellos como entes a quienes acompañamos y podemos relacionarnos con ellos de una manera personal para saber más o para divertirnos.
Tal parece que, para la mayoría de la sociedad, el libro impreso ha perdido ese halo de sabiduría, de tesoro del saber, de objeto sagrado y cada vez es más frecuente como se tira a la basura, se quema o se abandona para que se pudra sin el más mínimo remordimiento.
Por eso este 12 de noviembre Día Nacional del Libro celebremos a quienes los cuidan, los aman, los respetan, pero sobre todo a quienes sabiendo que su vida y la de sus libros pueden ser más plenas cuando los donan a otros para que sigan existiendo como testimonio de una época más allá de nuestra pequeñas y miserables vidas.
E-mail: garciasaenz@gmail.com