Rutinas y quimeras
Clara García Sáenz
Después de recorrer la Calzada de los Muertos me senté frente a la pirámide del sol, ahí permanecí en espera de la hora de partida para regresar a Ciudad Victoria; durante un largo rato la observé, disfrutando de su majestuosidad, imponente, sin gente subiéndola y bajándola con frenesí, festejé verla así, sin ningún intruso profanando los pasos que dejaron los antiguos mexicanos en su trajín de adoración al sol.
El cansancio empezaba a hacer estragos de dos días intensos de conocer, recorrer y disfrutar la grandeza del Valle de México con un amplio grupo de alumnos de la Licenciatura en Historia y Gestión del Patrimonio Cultural (LHGPC), de Sociología, de la Maestría en Gestión e Intervención Educativa, del Diplomado en Historia, así como de maestros de la Facultad de Ciencias de la Educación y Humanidades.
Los alumnos de LHGPC de 9° semestres que cursan el Taller de Turismo Cultural organizan cada año una práctica de campo a un lugar de Tamaulipas, pero este agosto me dijeron en los diversos semestres donde imparto clase “Vamos a México, maestra, la mayoría de nosotros nunca hemos ido”.
Mi primera respuesta fue que el viaje podría ser oneroso para sus bolsillos pero que no era imposible si se ponían las pilas e iban pagándolo en abonos chiquitos; eso lejos de intimidarlos los animó, así que la organización estuvo a cargo de mis alumnos Yahel Balderas Martínez, Lucero Guadalupe López de la Garza y Jesús Manuel Zúñiga Ponce quienes realizaron toda la planeación, los presupuestos, el trazo de la ruta, la contratación del trasporte y la reservación del hotel, cobraban puntualmente y sus compañeros pagaban en los tiempos establecidos.
Así, un viernes de noviembre por la noche, a una semana de terminar las clases del semestre, el autobús arrancó con 47 pasajeros rumbo a Ciudad de México desde la rectoría de la Universidad Autónoma de Tamaulipas, fue hasta entonces que les dije a mis compañeros maestros que nos acompañaron en la travesía, “Pues vámonos, estos chicos lo han logrado”.
Cerca de las nueve de la mañana del sábado llegamos al Museo Nacional de Antropología e Historia, ahí bajamos para rendirle culto a Tláloc (del que tantas veces hablo en mis clases como ejemplo del despojo patrimonial al pueblo de San Miguel Coatlinchán y el significado del patrimonio ausente) antes de entrar a visitar la sala dedicada a México-Tenochtitlan la cual ocupa la parte central del museo, Hugo Andrés Zermeño Pérez y David Alejandro Hernández Molina alumnos de 5° semestre dieron una clase in situ acerca de la historia del museo, su fundación e importancia en la vida de México.
Después de dos horas de recorrido, salimos rumbo al Castillo de Chapultepec para visitar el Museo de Historia y recorrer el Alcázar, no sin antes comer guajolotas (torta de tamal), tlayudas mexiquenses, café, pan y otras delicias culinarias callejeras.
Cerca de las tres de la tarde y embriagados de tanto paisaje nos fuimos a realizar el registro al hotel que se encontraba en el centro histórico, para entonces muchos edificios emblemáticos ya estaban protegidos por altas vallas metálicas debido a la marcha por el Día de la lucha de la no violencia contra las mujeres.
El hotel Canadá nos dio una esplendida recepción, porque nos ofrecieron una barra libre de bocadillos, así que recargamos pilas y nos fuimos a recorrer el zócalo, palacio nacional, templo mayor, catedral, la casa de José de Iturbide y José de la Borda, ya de noche todo fue fiesta hasta que se sirvió el buffet a las 8 de la mañana.
Muy puntuales reiniciamos el recorrido por el centro histórico de la Ciudad de México a las nueve de la mañana por la calle de Donceles hablando de arquitectura barroca con ejemplos de casas y edificios espléndidos hasta llegar al teatro de la Ciudad, el edificio del poder legislativo de la CDMX, luego a Tacuba para admirar los edificios del Museo Nacional de Arte, la estatua del Caballito, el Palacio de Minería hasta alcanzar Bellas Artes, donde una policía nos indicó que podíamos entrar por una pequeña puerta que había entre las vallas. Así pudimos admirar el palacio en su excelsitud, su explanada totalmente despejada de vendedores y transeúntes, así como sus interiores; después nos fuimos a las librerías y al pan para abordar el autobús.
Nos fuimos a Teotihuacan, ahí antes de iniciar el recorrido Danna Paola Sánchez González y Myriam Cleofas Guerrero alumnas del 5° semestre dieron la clase in situ de la historia del lugar, su descubrimiento y rehabilitación; después cada uno tomó su rumbo por la Calzada de los Muertos hasta que poco a poco regresaron al punto de reunión donde yo me encontraba para regresar a casa.
Sin duda, este fue un viaje de muchos aprendizajes académicos y culturales, pero también de retos personales donde cada uno tomó su responsabilidad para cumplir con la parte que le tocaba para hacerlo posible. La mayoría no conocía la Ciudad de México y recorrer sus principales monumentos por primera vez en compañía de sus compañeros universitarios sin duda será una experiencia que marcará sus vidas personal y profesionalmente.
Hace algunos días un compañero universitario me dijo “qué provecho sacas con llevar a los alumnos de viaje, esas actividades son puro cansancio y desgaste, quien lo hiciera de andar batallando.” Yo me sonreí y le dije, ¿sabes cuál es mi recompensa? Verlos felices.
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